Entrevista a Tía «Miña»
Nombre: Luisa Navarro
Edad: 71
País: Chile
Curandera de parálisis faciales, coloquialmente conocidas como «corrientes de aire»
¿Quién es Miña?
Siendo una niña muy extrovertida, pasó su infancia con su padre y la pareja de este, a quien llamaba «abuela». Vivió con ellos y su hermana menor hasta los 15 años, alrededor de 1960.
Recuerda vívidamente en aquel tiempo, el fuerte terremoto y posterior tsunami que azotaron la región, haciendo desaparecer en su paso el pequeño poblado de Quenuir.
Creció entre la costa este de la comuna de Maullin y el interior, siempre interesada en estudiar. Eran largas las horas de traslado hasta llegar a la escuela, un lugar rudo en aquellos tiempos donde las lecciones eran concisas y muchas las reprensiones.
Juventud Nuestra curandera, de orígenes chilotes, tuvo una vida tranquila en el campo, criada entre animales y trabajo del hogar. Tuvo que cuidar siempre de su hermana menor cada vez que su padre y «madre» realizaban las labores cotidianas.
«Mi padre no era pobre, teníamos todo siempre, pero aún así, mis primeros zapatos los puse recién a la edad de 15 años, cuando falleció la esposa de él».
A la edad de 24 años conoció a quien sería su marido para toda la vida. Él trabajaba como «Güellesero» de su padre, una persona que conduce a los bueyes en faenas como siembras de papas, entrada de forraje en temporada estival, sacar leña del monte, etc., con una «garrocha» (vara larga con una punta que los hace caminar).
¿De dónde conoce el don de sanar con las plantas?
Cuando se casó, le tocó convivir con su suegra por un largo periodo de tiempo. Para ella, este sería un gran legado que se le otorgaría. En el sector, su suegra era la curandera de males de «corrientes de aire», y todas las personas acudían a ella para que les sanara cuando algún «mal viento» les dejaba la cara prácticamente retorcida. De vez en cuando llegaban pacientes y ella se aprestaba y salía a la huerta en busca de sus remedios. «Ella sanó a muchas personas que venían de todas partes». En ese mismo tiempo, guardadora de su secreto curativo, no dejaba que Miña viera qué plantas tomaba para hacer la poción.
«Algunas veces y ya cuando había más confianza, cuando llegaban los pacientes, yo la acompañaba de cerca para ver cuáles eran las plantas que les daba. Ella juntaba las medicinas, las preparaba en agua hirviendo y les hacía una ‘friega’, después les dejaba las indicaciones para su tratamiento. Venían personas de todas partes», expresa ella con el tiempo vívido en sus ojos.
«El Legado a medida que pasaba el tiempo y ella se ponía más viejita, poco a poco me fue mostrando todos los secretos y los detalles de las plantas que recolectaba para hacer la medicina. Con paciencia, me indicaba las medidas y todas las indicaciones para que se los entregara a sus pacientes. La vocación de ella era tan grande que, hasta cuando cayó en cama enferma y por la vejez, me decía qué era lo que yo tenía que hacer para sanar a quienes confiaban en ella y sus «medicamentos de la tierra».
«Lo único que yo no hacía era la ‘friega’. Les daba sus remedios y las indicaciones para el tratamiento».
Hasta el día de hoy, he sanado a mucha gente también. Me gustan mucho las plantas medicinales. A veces, algunas personas del campo decían que era «brujería». Por lo cual, siempre dejé bien en claro el uso de la medicina. El remedio que dan las plantas no solo se encuentra en las huertas, también se puede encontrar en el bosque, con raíces, hojas y arbustos. Para quienes tienen la posibilidad de conocerlas, posee una valiosa información. Ahora, la vida nuevamente le ha presentado la oportunidad de traspasar esta misma sabiduría a la esposa de uno de sus hijos, quien sigue de cerca y está a la espera de recibir la instrucción de quien está abierta a dejar el legado de la medicina natural ancestral.