«Estoy flotando en un océano de dolor.

 No flotando —sino nadando, mal— sin estilo.

Pero no me hundo.»

Susan Sontag

 

Es un día como cualquier otro, pero como casi todos los días. Salgo a la calle, cierro la puerta, mis pulmones expulsan un aire que sale por mi boca, suspiro, mi cerebro también expulsa un pensamiento que se convierte en un deseo: “que hoy no tenga tanto miedo”.

Camino por la acera, todo está bien porque no hay gente, no me cruzo con nadie, sigo caminando, de pronto escucho que alguien viene corriendo, mi corazón comienza a latir más rápido, siento que se me va a salir del pecho, cada parte de mi cuerpo comienza a sudar, mis manos están totalmente mojadas y mis pensamientos totalmente nublados. La persona pasa por mi lado y me percato que está corriendo porque va a tomar un autobús. Miro mis manos y están temblando, estoy temblando de miedo.

¿Qué es el miedo?

Si me preguntaran ¿Qué es el miedo? Esta sería una pequeña descripción que lo definiría, pero la pregunta más importante sería ¿Por qué tengo miedo? Mi nombre es Carolina, soy una de las muchas mujeres en el mundo que han sido víctimas de violencia basada en género. En Colombia, según el Observatorio Nacional de Violencias de Género que pertenece al Ministerio de Salud y Protección Social, al 8 de marzo del presente año se habían reportado 2144 casos de mujeres víctimas de violencia, esto quiere decir que en promedio 33 mujeres son maltratadas al día, las cifras son alarmantes y más alarmantes los estragos que estos actos ocasionan en las víctimas.

Es precisamente de estos estragos, que muchas veces no son tratados adecuadamente por las entidades pertinentes, sobre lo que quiero escribir hoy.

Los sucesos

Empezaré contextualizando un poco mi estado de salud actual, hace varios meses tuve un accidente cerebrovascular (ACV) mi cerebro sufrió un infarto que, en aspectos generales, es cuando se interrumpe o se reduce el suministro de sangre a una parte del cerebro, esto impide que el tejido cerebral reciba el oxígeno suficiente para que funcione con normalidad. Por su puesto que, un evento de esta magnitud deja secuelas, tanto fisiológicas como mentales y por esto se debe comenzar un proceso de rehabilitación, en el cual me encuentro actualmente. Es en este proceso, es donde he reflexionado sobre la relación del miedo, miedo que llevo sintiendo hace años a raíz de la violencia ejercida hacia mí, con este accidente cerebrovascular que he vivido.

Violencia y trauma

Hace aproximadamente 15 años, un sujeto me golpeó en la calle, alguien totalmente desconocido para mí, nunca supe que pretendía y ¿por qué lo hizo? creo que nunca lo voy a saber, este evento hizo que mi vida cambiara súbitamente, sin pedirlo. Desde ese momento el miedo ha estado presente cada día en mi vida, nunca se ha ido y no sé si algún día se irá. Siento que todas las personas desconocidas a mi alrededor me quieren hacer daño, miro a todos lados, a cada persona que se cruza por mi lado, estas sensaciones producen una especie de paranoia.  Estos sentimientos también generan síntomas en mi cuerpo, como nerviosismo, aumento del ritmo cardíaco, sudoración, respiración acelerada, temblores y otros que se me escapan. Si analizáramos estos síntomas desde la psicología, presento un cuadro de ansiedad causado por de un evento traumático. 

Un accidente cerebrovascular se presenta por varias causas, lo primero que los médicos deben analizar es cuál fue la causa que lo provocó, esto con el propósito de evitar que vuelva a ocurrir, ya que una vez sucede, la probabilidad de que se vuelva a presentar es alta. En mi caso, siguen estudiando esta causa, ya que desde la ciencia y medicamente hablando aún no hay un diagnóstico claro. Después de varios meses de dolor físico y espiritual, de incomprensión, de frustración, de desolación; pero de una ardua reflexión desde la experiencia, tanto corpórea como cognitiva. Se ha formado una voz propia, donde puedo concluir que la causa está directamente relacionada con el miedo que he sentido por tantos años, y que siento aún. Imagínense ustedes, sentir esto que he descrito desde el principio, todos los días. No hay que tener muchos conocimientos científicos para saber o suponer, que un cuerpo en ese estado colapsará en algún momento y el mío colapsó, se apagó.

Romper el silencio

Esta reflexión trascendió a la necesidad de romper el silencio, ahora esta es una voz que se alza, que grita con dolor: que las mujeres y todas las personas que hemos sido víctimas de violencia, en este caso física, no podemos quedarnos solo en una estadística, necesitamos ayuda de nuestras familias, amigos y profesionales de las áreas idóneas para tratar este asunto, que paraliza nuestra vida. Necesitamos aprender a sobrellevar este dolor que, tal vez, nunca se irá, pero que si no tratamos adecuadamente nos llevará a un hoyo negro del que no podremos salir nunca. A pesar que esta problemática cada vez es más visibilizada y abordada desde distintos ámbitos sociales, todavía falta mucho camino para salvaguardar las vidas de muchas y muchos humanos. Falta intervención con respecto a los daños colaterales que deja un evento tan traumático, falta accionar, difundir y expandir herramientas que nos ayuden a no quedarnos para siempre en la oscuridad en la que nos deja sumergidos la violencia.

Sinceramente y amorosamente, quiero extender mi voz de aliento y esperanza a todas y todos los que al leer esto se sientan identificados. Todos tenemos algo roto por dentro, la existencia en este mundo no es fácil, existen distintas y varias razones, esta es la mía.  Pero también he aprendido que, a veces si se nos muestran los distintos caminos que podemos tomar cuando nos sentimos perdidos y rotos, podríamos ahorrarnos un poco de dolor, de angustia y por qué no, podríamos dejar de temblar de miedo.

Un día grité de miedo, hoy grito para que el miedo no nos mate la esperanza.

 

Autora : Carolina Tarazona

Licenciada en Artes Visuales de la Universidad Pedagógica Nacional, interesada en la investigación de procesos de lectura y escritura, ha colaborado en la corrección de estilo del libro de cuentos infantiles: Re-cuerdos, escrito por Sergio Alejandro Rojas, también en proyectos de grado y otros escritos de carácter académico

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