LA MONTAÑA DEL CONDOR / CAPÍTULO 11 DE CACAIMA

Ilustración: Martín Bacatá
LA MONTAÑA DEL CONDOR

 

Cacaima en medio de aquel valle espantoso de cadáveres, reposaba su lastimada espalda sobre el humus de la selva mientras observaba el cielo, cuando de repente el sol se eclipso por las enormes alas de un cóndor, su sombra alivio el rostro fatigado del guerrero y fue entonces que tuvo una revelación, el olor a la muerte fresca habría alimentado una nueva visión de futuro. Cacaima tomaba la forma del gobernante del cielo, el imperante cóndor y alzaba su vuelo sobre el campo de batalla, tanta tragedia y muerte en la tierra le habrían dotado de un majestuoso plumaje, para encontrar en las alturas solitarias la paz que su alma herida necesitaba.

Cuando los hombres de la Nación Panche llegaron, se encontraron con una escena devastadora, los cuerpos regados por todas partes con las heridas secas por el sol, las aves carroñeras surcaban el cielo formando una nube negra. Buscaron entre los cadáveres rastros de sobrevivientes, tomaron los objetos de sus enemigos y alzaron a los suyos, para darles el honor que se merecen en cerro de los valientes. Pero no encontraron a Cacaima por ninguna parte, llevando consigo la idea de que habría sido capturado por el  enemigo…

Durante tres días Cacaima vagó por todo el territorio buscando una cúspide donde descansar de la realidad terrestre, y de esta manera encontrar una solución para tanto desastre. Cuando por fin encontró en la lejanía las montañas blancas, se posó sobre la roca más alta, y entonces vio un lugar, en la montaña con grandes prados y ríos. Sus accidentes geográficos formaban una verdadera fortaleza natural.

Mientras tanto en la aldea, el dolor y el miedo comenzaban a rondar con su baile siniestro todos los hogares, el enfrentamiento con el demonio blanco les habría costado muchas vidas. Habría quedado herida de muerte la esperanza de sobrevivir a la barbarie invasiva.

Como el cóndor Cacaima se habría alimentado de la muerte y habría nutrido sus nuevas esperanzas de paz. Descubrió en las lejanas montañas de pico blanco un lugar perfecto para guiar a todo su pueblo, y perpetuar su pensamiento durante las próximas generaciones. Antes de partir  se transformó en colibrí y voló hacia la población que habitaba la montaña, para observar de cerca sus costumbres y el lugar. Allí se encontró con un pueblo blanco de mucha paz, sus tierras eran bastas y llenas de chagras sembradas, los niños jugaban libremente por todos lados, sus aguas eran las más cristalinas que habría visto nunca. Uno de los abuelos le vio revolotear por los jardines floridos y le llamo con un silencio místico, sus espíritus se entendieron y hablaron con el pensamiento, Cacaima conto toda la tragedia que había vivido su pueblo y advirtió al abuelo la presencia de estos hombres malvados. Hicieron un acuerdo para que los hombres jaguar pudieran llegar a su territorio.

Después de partir  se puso en marcha la contingencia sobre sus caminos para impedir el paso del hombre de hierro.

Cacaima dirigió su vuelo hacia la aldea fijando muy bien la ruta del éxodo, para que su pueblo pudiera atravesar la enorme distancia sin penurias. Cuando llego a la aldea retomó su forma humana y atravesó el centro de la plaza bajo la mirada alegre de todos, los niños se acercaron con su alegría inagotable a saludarle y colmarle de bellos gestos, fue directo a la casa grande para reunirse con los abuelos, todo el pueblo se volcó a la reunión. Los guerreros se agolparon alrededor de los mayores, Cacaima tenía en sus labios la palabra y expuso su nueva visión; la paz era el camino para continuar la guerra, sin bajar nunca los brazos.

Cacaima dirigió su voz a todos –Hermanos, somos hijos de esta tierra, y como sus hijos somos y pertenecemos a las mil razas, somos árbol, rio, animal, y también somos espíritu, fuego que no deja de brillar. Es hora de abandonar nuestras antiguas formas, para ser un todo y unirnos en un abrazo fraternal. Nuestros padres eternos nos enseñaran el camino para continuar.-

La confusión reinaba en todo el lugar, las gentes se miraban los unos a los otros, los abuelos fijaban la mirada al fuego, y finalmente se internaron en una ceremonia para buscar la visión de cómo guiar al pueblo.

 

 

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Por H.Martín 

Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a a creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).
Ilustración: Martin Bacatá

Artista bogotano,
diseñador,ilustrador y bioconstructor.

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